El retrato de casada

23,95  IVA incluido

Autora: Maggie O’Farrell

Traducción: Concha Cardeñoso

Número de páginas: 400

Idioma: Castellano

Idioma original: Inglés

Formato: 14 x 21,5 cm

ISBN 978-84-19089-41-0

El matrimonio era su destino. Ahora tendrá que sobrevivir a él.

» He aquí a mi última duquesa pintada en la pared, como si estuviera viva»

Florencia, mediados del siglo XVI. Lucrezia, tercera hija del gran duque Cosimo de’ Medici, es una niña callada y perspicaz, con un singular talento para el dibujo, que disfruta de su discreto y tranquilo lugar en el palazzo. Pero cuando muere su hermana Maria, justo antes de casarse con Alfonso d’Este, primogénito del duque de Ferrara, Lucrezia se convierte inesperadamente en el centro de atención: el duque se apresura a pedir su mano, y su padre a aceptarla. Poco después, con solo quince años, se traslada a la corte de Ferrara, donde es recibida con recelo. Su marido, doce años mayor, es un enigma: ¿es en realidad el hombre sensible y comprensivo que le pareció al principio o un déspota implacable al que todos temen? Lo único que está claro es lo que se espera de ella: que proporcione cuanto antes un heredero que asegure la continuidad del título

Con la misma belleza y emoción con las que nos cautivó en Hamnet, Maggie O’Farrell vuelve a demostrar su inigualable talento para adentrarse en los recovecos del pasado en El retrato de casada, una novela que reinterpreta desde la ficción un capítulo de la Italia renacentista y narra la lucha contra el destino de una joven asombrosa.

«O’Farrell recrea con maestría la explosión del Renacimiento. Retrata con empatía la soledad y desesperación de una adolescente culta y brillante, enviada lejos de casa como moneda de cambio, aterrorizada en su noche de bodas (…) y asfixiada por las intrigas de una salvaje encrucijada político-doméstica. Lo que hoy llamaríamos un gaslighting de manual.» Leticia Blanco (El Periódico)

«O’Farrell lleva a la superficie lo que permanece invisible y escondido.» Karina Sainz Borgo (ABC)

«La autora escoge, como hiciera en su anterior trabajo, el punto de vista de una mujer. Ofrece a sus protagonistas un espacio para expresar sus inquietudes, reflexiones y discernimientos. Invierte en ellas el tiempo y el trabajo para cincelar sus personalidades y para que sus figuras sobresalgan con fuerza… O’Farrell es una gran contadora de historias.» Mey Zamora (Cultura|s – La Vanguardia)

«Novela sutil y bellísima, rebosante de matices, que bucea en profundas emociones humanas.» Rosa Martí (Vanitatis / El Confidencial)

«Delicada, poderosa, preciosista, cualquier adjetivo se queda corto para describir esta novela.» Eva Blanco (Vogue)

«En ‘El retrato de casada’ todo fluye en medio de un suspense lujosamente imaginado; O’Farrell es generosa en imágenes, y su prosa rezuma cierto perfume embriagador. Ninguna sensación o efecto luminoso queda sin reflejar. O’Farrell escribe en un cercano tercer tiempo presente y el lector, por momentos, llega a la conclusión de que esta autora irlandesa de ficción no ha recibido todavía los adjetivos que se merece: ingeniosa, inventiva e irónica. Incluso veraz. » Luis M. Alonso (La Nueva España)

 

Editorial

LIBROS DEL ASTEROIDE

SINOPSIS

Maggie O’Farrell lo ha vuelto a conseguir. La autora nacida en Irlanda del Norte en 1972 conmovió en 2020 a lectores de todo el mundo con Hamnet (Libros del Asteroide), una recreación de la vida y muerte de un hijo de Shakespeare que nos hablaba desde la mirada prodigiosa de su esposa, de su casa y de su vida privada. En ese hogar británico del siglo XVI, la fama, el éxito y el teatro eran solo un elemento más que engarzaba en el trajín de una familia amorosa, luchadora, entretenida en los aconteceres de cualquier familia de cualquier época. Con los escasos datos reales que han perdurado sobre el dramaturgo y, sobre todo, con una inmensa imaginación trabada en la coherencia de ese tiempo, O’Farrell nos trasladaba a una intimidad pegadiza. Detrás de los genios, de los poderosos y de la gente singular —nos venía a decir la autora— hay vidas que se aproximan mucho a las nuestras: amor, dolor, fracaso, heridas.
O’Farrell desbordó entonces códigos y géneros al situar su pluma en el pasado, cuatro siglos atrás, pero con una sensibilidad y una literatura que lo hacían nuestro. Y hoy, la misma autora lo hace de nuevo con la vida de Lucrecia, hija del gran duque Cosimo de Médici y de la española Eleonora Álvarez de Toledo, una niña del Renacimiento obligada a casarse a los 13 años y muerta sin descendencia (y sin autopsia) a los 16.
Quede claro que El retrato de casada, como Hamnet, no es una biografía,  sino pura novela, una fabulación libre de una vida en la que se han amasado historias y leyendas de aquellos momentos. Con una pluma envolvente, con calma a la vez que vértigo, O’Farrell va trabajando los detalles de un universo ajeno para ir colocando al lector ante dilemas cercanos, muy cercanos: ¿es el deseo de un hombre, su afán de procrear y de lograr un heredero, causa legítima para yacer todas las noches con una esposa que no ha decidido por su cuenta?
¿Hay protección, como cree él, o hay posesión injusta del cuerpo de una mujer? ¿Es lealtad lo que se exige o es sumisión? ¿Hay amor en el cuidado posesivo o solo un afán de moldear su propiedad?
Los dilemas se van desgranando en el libro con las herramientas de la duda, sin estar explícitos. La construcción del personaje del marido, el duque de Ferrara, como un ser ambivalente capaz de amar, agasajar y seducir a la pequeña a la vez que domina y controla a su familia y a ella como parte de sus territorios y bienes es un logro. Alfonso no se muestra, no descubre sus cartas, solo escruta, actúa y —crecientemente— tiraniza.
También lo es la creación del personaje de Lucrecia como una niña singular capaz de gozar con poco (los animales, sus pinturas, sus paseos) y obligada a adaptarse a una corte renacentista lejos de su Florencia natal con una sola misión: procrear. Su cuerpo será un objeto, una vasija. Su obligación será concebir un heredero. Y la responsabilidad puede ser de dos, pero la presión solo se cierne sobre ella. Porque la sangre menstrual la visita rigurosamente, para su desgracia, solo a ella. A lo largo de este intenso pulso que se libra entre palazzi, castelli, corredores, habitaciones y espías, el encargo de un retrato de Lucrecia hilvanará su evolución, su deterioro, desde la belleza que registran los primeros bocetos hasta el rostro demacrado de una niña posiblemente envenenada por no concebir. Los pintores la contemplan, al principio y al final, y en su mirada nos reconoceremos los lectores, ansiosos de señalarle el peligro, la salida, el
rescate. Porque esto es, al fin y al cabo, un libro sobre la indefensión.
El retrato de casada nos enseña lo rápidamente que pueden evaporarse la belleza y el amor, lo fácil que es destruir lo sutil, el peligro que se cierne sobre lo sencillo, muchas veces más difícil de sostener que lo complicado. Y la fragilidad que puede esconderse detrás de la riqueza, del apellido y del poder. “Mi primera duquesa”, murmura el duque al descubrir el ansiado retrato.
Y en esas palabras está la semilla de la aberración. O’Farrell ha elegido los pequeños saltos en el tiempo en lugar de linealidad, de forma que la tensión que va introduciendo por la ambigüedad de la situación se va desplazando de un momento a otro, abriendo nuevos interrogantes y
trasladando las respuestas a otro tiempo que solo encajará al final.
La Lucrecia real murió temprano, como dos mujeres más de la familia Médici en un tiempo en el que las esposas podían fallecer a manos de sus maridos sin investigación. Pero ello no condiciona la recreación literaria de esta historia, que nos deparará sorpresas.
Por cierto: el duque de Ferrara se casó dos veces más, pero nunca tuvo descendencia.

LA AUTORA

Recuerda Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 51 años), la artífice de Hamnet, y el explosivo ‘memoir’ Sigo aquí, que fue una tarde, y no una tarde cualquiera, sino la tarde anterior a que se decretara el confinamiento en Edimburgo, la ciudad en la que vive, cuando decidió que iba a contar la historia de Lucrecia di Cosimo de Médici. “Estaba sentada en la puerta de casa de una amiga de mi hija, esperando a que saliera, sin saber que iba a pasar mucho tiempo sin que pudiéramos visitar a nadie, y, de repente, tuve la idea”, cuenta. Es un día de finales de marzo. Luce el sol en Madrid. “A veces pasa. Lo normal es que las ideas te tienten durante un tiempo, que traten de seducirte, y que al final lo hagan. Pero a veces pasa que simplemente aparecen y todo a su alrededor desaparece”, dice. La historia que relata en El retrato de casada (Libros del Asteroide/L’Altra Editorial) es la de una jovencísima heredera que se casó a los 15 años con el prometido de su hermana muerta, un poderoso, y a la vez encantador y terrible duque que, según al menos el poeta Robert Browning, la envenenó poco después.

¿Cómo se topó Lucrecia con usted?

Fue releyendo el poema de Robert Browning, Mi última duquesa —con cuyo primer verso abre la novela: “He aquí mi última duquesa pintada en la pared, como si estuviera viva”—. Me pregunté si aquello de lo que hablaba, un duque perverso que se reía de su esposa muerta, y que daba entender que la había matado él, había ocurrido en realidad. Descubrí que sí, y descubrí además que la esposa tenía 16 años cuando murió. En Gran Bretaña es un poema que se estudia en el colegio. Pero sin contexto alguno. Intrigada, fui en busca del retrato. En esa época los retratados apenas tenían expresión, eran lienzos en blanco. Pero en ella pude ver la angustia. Algo le preocupaba. Tenía que contar su historia.

Su historia es la de una adolescente que quiere escapar del yugo materno, y se da de bruces con un yugo peor.

Exacto. Ella no es más que una adolescente de 15 años, harta de que su madre le diga lo que puede y lo que no puede hacer, y que piensa en el matrimonio como el lugar en el que va a poder ser ella misma. Pero no tarda en darse cuenta de que la vida adulta no es tan libre como parece.

Y sin embargo existe en ella ese lado animal, indómito.

En la adolescencia no somos aún exactamente nada. Estamos dejando de ser niños y no somos adultos, y tenemos lo mejor de ambos mundos. La confianza del niño y el poder del adulto. Es decir, el de aquel que está empezando a poder controlar lo que le pasa. Me interesaba imaginar cómo fue para una adolescente ser enviada lejos de casa, con esas dudas, y ese miedo a lo desconocido.

El peso del matrimonio perfecto de sus padres tampoco facilita las cosas.

No, claro. El matrimonio de sus padres, Cosimo y Eleonora, fue también un matrimonio pactado, pero ellos se quisieron mucho. Y lo hicieron todo bien. Fueron extremadamente poderosos y en absoluto mezquinos. Tener un modelo así no ayuda. Porque es lo que Lucrecia esperaba. Y, por supuesto, no fue lo que encontró.

En un primer momento, parece que Alfonso la entiende mejor que nadie. Le hace regalos que indican que la conoce bien, y se muestra extremadamente comprensivo.

Sí. Quería que Alfonso fuese un personaje complejo. Sospecho que lo fue. Aunque para mí va más allá de cómo debió ser. Yo quería que encarnase el Renacimiento. Porque desde el presente vemos el Renacimiento como una época maravillosa, en la que se produjo una explosión de belleza y erudición, pero todo eso debió tener su lado oscuro. Porque sin la brutalidad del conquistador no habríamos tenido todos esos botticellis y michelangelos. Por eso quería que Alfonso fuese a la vez muy educado, encantador, inteligente, pero también brutal. Un déspota implacable.

¿Y qué me dice del tigre enjaulado?

El tigre es importantísimo. Cuando supe que el padre de Lucrecia había coleccionado animales exóticos y que los guardaba en el sótano del palazzo, me dije que era perfecto para la tensión entre el interior y el exterior que hay en la novela. Se habla de leones en esas colecciones, pero no de tigres. Me dije que no debían saber que existían, ¿y cómo debía ser ver por primera vez a un animal tan majestuoso enjaulado? Funcionaba como una metáfora. Esas niñas tan valiosas no podían apenas salir a la calle. Su vida estaba muy limitada. A veces damos por hecho que crecer en un entorno privilegiado es positivo. Pero no lo es. Su destino está escrito.

Si en Hamnet la escritura es el arte que permite redimir al protagonista, aquí lo es la pintura. No únicamente es que el retrato de Lucrecia esté en el centro, es que ella también escapa pintando y dibujando.

Sí, aunque lo verdaderamente importante para mí es la idea de los cuadros que están pintados sobre otros cuadros. No sabía que, por ejemplo, que bajo la sonrisa de la Mona Lisa hay infinidad de otras versiones y por eso resulta enigmática. Los artistas eran tan pobres entonces que si un cuadro no funcionaba utilizaban el mismo lienzo para pintar algo encima. ¡Y quién sabe, tal vez haya una obra maestra pintada bajo otra obra maestra! Pero nadie va a correr el riesgo de estropearla para descubrirlo, ¿verdad? Hay historias bajo las historias que conocemos y esas son precisamente las que me interesan.

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