LA ILUSTRADORA
Es una de las ilustradoras con más prestigio y presencia en el campo editorial. Ilustradora de ‘La novia del lobo’, una ‘nouvelle’ de Aino Kallas, en su currículo los trabajos como ilustradora son innumerables: ‘Los Watson’ de Jane Austen, ‘Los zapatos rojos’ de Andersen, el poemario ‘Señal’ de Raúl Vacas, ‘Los diarios de Adan y Eva’ de Mark Twain… En Sara Morante, la ilustración es fruto de sus ansias por contar, por narrar, por crear…. Y en las que las protagonistas son mujeres con gran fuerza interior. Además, con ‘La vida de las paredes’ se descubrió como escritora; ahora solo falta esperar que ese primer paso se convierta también en un largo recorrido.
En 2015 publicó su primer trabajo como autora y narradora, ‘La vida de las paredes’ (Lumen), una nouvelle donde la influencia de Irene Nemirovsky era más que patente en la descripción, algo lúgubre, de una sociedad pequeño-burguesa en absoluta decadencia. Con ‘La vida de las paredes’, Morante nos descubría su otra faceta, la de narradora, término con el que la ganadora del Premio Euskadi de ilustración con ‘La flor roja’ se siente particularmente cómoda.
¿Cómo te defines? ¿Artista, ilustradora, dibujante…?
Te voy a dar la misma respuesta que di hace algún tiempo a un periodista que me preguntó algo similar: yo soy una trabajadora autónoma que realiza obras creativas. Cuando tengo que ilustrar un texto soy ilustradora, cuando tengo que hacer un retrato o llevar a cabo un encargo, soy dibujante; si bien no me veo como comisaria de exposición, cuando tengo que comisariar alguna exposición, lo hago. Por ello, me defino como una trabajadora autónoma que, en función del trabajo que tengo entre manos, ejerzo de dibujante, de ilustradora… Lo que sí es cierto es que distingo mucho entre la Sara Morante ilustradora y la Sara Morante dibujante.
¿En qué sentido distingues?
En parte, distingo por el tema de la creatividad, por la libertad que puedo tener cuando dibujo y cuando ilustro, pero principalmente distingo las dos actividades porque, a diferencia del dibujo, en la ilustración hay un oficio que no tienes que poner forzosamente en práctica cuando realizas otro tipo de obra. Aunque es cierto que siempre te queda el poso de lo que vas aprendiendo tras cada ilustración literaria, en todos los otros trabajos que realizas se ve la influencia de lo aprendido gracias a la ilustración literaria, que, personalmente, considero que es lo más difícil que hay dentro del ámbito de la ilustración.
Tus ilustraciones, más que representaciones miméticas del texto, son interpretaciones personales. Podríamos decir que tus ilustraciones son metáforas del texto ilustrado…
Sin duda, porque representar miméticamente el texto resultaría muy aburrido y poco interesante. Lo que yo intento hacer es una interpretación del texto que tengo que ilustrar; a veces me acerco al texto desde una perspectiva histórica, a veces sigo el cronograma del texto, lo importante es ser fiel al texto, tratando de buscar en él elementos que escapan de la propia literalidad. Me gusta encontrar las escenas y los espacios oscuros que el texto deja en suspensión, aspectos que no se terminan por explicar a partir del texto, que los deja en un espacio claro-oscuro; a través de las imágenes, me gusta sacar del texto las partes que permanecen en un espacio de oscuridad y resaltarlas.
¿Es una forma de encontrar tu libertad creadora, de buscar resquicios para poder crear tú?
Yo te voy a hablar de mí, porque no sé cómo se enfrentan los otros ilustradores a los textos. En mi caso, yo no me considero más que una lectora de un texto, como tú y como cualquier otro lector. Lo que sucede es que la lectura es muy personal y si tú y yo leemos el mismo texto probablemente nuestras interpretaciones serán diferentes, porque la lectura que hagamos no va a ser igual, no puede ser igual; a mí me van a llamar la atención detalles que a ti no y viceversa. Mi trabajo, por tanto, consiste, una vez leído y releído, en transformar el texto en dibujo y esto implica preguntarme cómo puedo contar yo, con mi narración visual, esa historia que acabo de leer. En este sentido, la ilustración puede conceder mucha libertad, y porque quiero y necesito de esta libertad me gusta trabajar con las editoriales con las que trabajo actualmente: primero de todo, porque no me piden bocetos y, segundo y más importante, porque me dejan trabajar con total libertad. Supongo que estas editoriales me considerarán como alguien que sabe leer un texto y como una narradora que es capaz de narrar visualmente y, por tanto, me conceden la libertad necesaria para crear.
Me llama la atención que no utilices bocetos para tus trabajos.
Me es imposible trabajar con bocetos, no sé trabajar con ellos. Acabo de hacer una cubierta para una editorial y me pidieron un boceto; era la primera vez que trabajaba con ellos y, con toda humildad, les escribí para preguntarles qué entendían por boceto, ¿querían que les hiciera un garabato? Lo mismo que les podía explicar a través de un boceto se lo podía explicar con palabras y con palabras la explicación hubiera quedado mucho más bonita. Mis bocetos, si alguna vez los he hecho, son garabatos, son bastante horrorosos, por esto prefiero explicar con palabras cuál es mi idea para la ilustración. Al resto de editoriales con las que trabajo, les presento un texto con mis intenciones para la ilustración, unas intenciones a las que, debo decir, no siempre termino siendo fiel; si yo hago un boceto ahora o, incluso, si yo escribo unas determinadas intenciones para la ilustración, éstas terminarán por metamorfosearse a lo largo del proceso de creación. Mi proceso creativo es muy caótico, hasta dos semanas antes de entregar, todavía no sé qué aspecto va a tener el libro, por esto necesito mucha libertad.
Adán. Ilustración de Sara Morante.
Cuando llegas a las últimas ilustraciones de un trabajo, ¿sueles modificar las primeras al ver que, a lo largo del proceso creativo, el proyecto ha ido cambiando?
No suele pasar porque trabajo con digital: dibujo todo lo que voy a necesitar y luego voy recortando para construir las distintas ilustraciones. Digamos que hago una especie de guiñol: tengo los escenarios por un lado y los personajes por el otro. Generalmente, más que modificar los dibujos, modifico los encuadres. Por ejemplo, en el caso de La vida de las paredes, el título apareció al final y, por tanto, utilizando el título decidí dar más importancia a las paredes, las convertí en protagonistas y proyecté en ellas muchas de las ilustraciones. Al tener el título del libro, cambié el planteamiento de las ilustraciones, convirtiendo las paredes como protagonistas y, a la vez, utilizándolas como un recurso para narrar. Mi primer trabajo fue la ilustración de la obra de Raúl Vacas.
Se trataba de un libro de poesías, si no me equivoco.
Exactamente, es un poemario. Tardé un año en realizar las más de 30 ilustraciones que componen el libro y me di cuenta de que no podía tardar tanto tiempo para cada trabajo. No podía estar tan encorsetada en el dibujo, debía buscar una mayor flexibilidad, una flexibilidad que me ofrece el hecho de trabajar en digital y mover los personajes en el ordenador. Además, me he dado cuenta de que las mejores ideas me vienen precisamente en ese momento, cuando compongo las imágenes, que suele ser cuando está muy cerca la fecha de entrega.
¿Trabajas mejor bajo presión?
Yo con presión funciono muy bien, desafortunadamente para mi salud. Es cierto que ahora, quizá porque me estoy haciendo mayor o comodona, pido mayores plazos para tener menos presión, y sobre todo, porque soy cada vez más perfeccionista y necesito más tiempo. Además, ahora uso más color, cosa que requiere más tiempo.
En una entrevista, a propósito de ‘Diccionario de literatura para esnobs’ (Impedimenta) comentabas que para ti es un reto realizar retratos.
A mí me resulta muy complicado copiar en general, incluso me resulta muy complicado copiar mis propios dibujos. Y algo parecido me sucede con los retratos: me cuesta copiar y, además, mientras elaboro el retrato me distancio cada vez más del retratado y termino el dibujo como me da la gana. Soy una anárquica en el momento de crear. Curiosamente, ahora me dedico a hacer retratos por encargo y esto me supone una presión, aunque me ha terminado gustando. Yo no soy una retratista, no puedo retratar cualquier rostro, no voy a hacer nunca un retrato realista, pues no puedo despojarme de mi propio estilo. El Diccionario fue una propuesta que me hizo Enrique Redel y yo acepté con los ojos cerrados, aunque luego me asusté frente al reto. Pero en ilustración no puedes rechazar una propuesta porque lo que se te propone no sea tu especialidad; al contrario, tienes que aprovechar la oportunidad para aprender. Por esto, creo que el ilustrador es también un artesano; no solo trabajamos con nuestro imaginario, sino que tenemos que aprovechar los encargos, en mi caso los libros, para aprender a hacer cosas con las que no me siento demasiado cómoda.
Es decir, enfrentarte a lo que a priori te es ajeno define, en parte, tu obra.
Con Los diarios de Adán y Eva (Impedimenta), tuve que dibujar animales, algo que no me atrae personalmente. Cuando ilustré a Jane Austen –Los Watson (Nórdica)-, me enfrenté a una literatura y a una autora de la que nunca había sido una gran lectora, así que ilustrarla fue para mí un reto. Siempre suelo escoger textos con los que empatizo, textos de cuyos autores soy lectora, pero cuando tuve la posibilidad de ilustrar a Jane Austen, supe que lo debía hacer, puesto que me obligaba a salir de mi zona de confort.
Ilustración de Sara Morante.
¿Lo difícil es más motivador a la hora de crear?
Sí, sin duda. Y si repito, lo hago con desidia. Por esto, intento buscar siempre textos que me supongan una dificultad en algún aspecto, no solo en el dibujo en sí mismo, sino también en la interpretación del texto. Yo empecé en la ilustración sin conocer mucho el mercado, aunque sabía que donde había trabajo era sobre todo en la literatura infantil y juvenil. Yo iba de cabeza a dedicarme a ilustrar este tipo de literatura cuando me propusieron el poemario de Raúl Cabezas. Fue dificilísimo ilustrarlo, sobre todo por la parte interpretativa: se trata de poemas que hablan del desgarro, del dolor que, por ejemplo, siente una madre que pare un niño muerto. La ilustración de todos los textos, pero especialmente de la poesía que trabaja con metáforas, la tienes que sacar de dentro.
¿Te resulta más difícil a la hora de ilustrar la poesía que la prosa?
Ahora mismo me apetecería ilustrar poesía, porque todo lo que tiene de aparentemente fácil por la libertad de interpretación que ofrece lo tiene también de difícil. Si con las novelas, que suelen tener una cronograma a partir del cual basarte, se trata de seguir la narración buscando una coherencia en las ilustraciones, con la poesía tienes que ser muy buen lector, entre otras cosas porque la poesía, como todos sabemos, no es lo que te dicen la palabras a simple vista, la poesía requiere interpretar, ir más allá. Además, frente a la poesía, tienes que tener muy claro que no estás ilustrando al poeta, sino que ilustras el texto a partir de tu lectura, que debes buscar dentro de ti misma. Cuando ilustras poesía, tienes que perder el miedo a que nadie vaya a entender tu interpretación visual.
Y supongo que tienes que perder el miedo a no coincidir con el autor: al ilustrar, propones un texto tuyo, un texto distinto al propuesto por el autor al que ilustras.
Eso es. Al autor hay que ignorarlo en la medida de lo posible. Hice casi a cuatro manos Casa de muñecas con Patricia Esteban Erlés, pero Patricia comprendía perfectamente el trabajo de la ilustración y su autonomía; sin embargo, en el resto de los textos que he ilustrado, nunca he trabajado directamente con autores vivos. En el caso de Raúl Vacas, lo conocí después, una vez ilustrado su poemario. No me parece conveniente tener una estrecha relación con los autores, te arriesgas a que te sugieran cosas que no deberían sugerirte: de la misma manera que yo no corrijo sus textos, el escritor tampoco debe intervenir en el trabajo del ilustrador. De hecho, el escritor y el ilustrador ni tan siquiera deben coincidir con las interpretaciones.
Por ello, supongo que el verdadero reto es el de ilustrarte a ti misma, como sucedió en ‘La vida de las paredes’ (Lumen): allí la ilustradora Sara Morante conocía muy bien a la narradora Sara Morante.
Sí… y ¡cuánto odiaba la ilustradora a la narradora! Me lo puso difícil la narradora, aunque, bromas aparte y siendo sincera, pensaba que ilustrarme a mí misma habría sido más complicado de lo que fue. Cuando ilustro el texto de otro autor, no tengo toda la información que está detrás del texto; en cambio, en La vida de las paredes, como escritora no solo tenía toda la información respecto al texto, sino que conocía además todo lo que se había descartado. De hecho, hubo partes del texto que se descartaron para dar más protagonismo a la ilustración, decidí que había cosas que quería narrar solo con la imagen, sin necesidad de texto. Con Las vidas de las paredes tuve que ser forzosamente profesional, traté de concentrarme, en el momento de ilustrar, en las ilustraciones, olvidándome de mi faceta como escritora.
En el caso de ‘La vida de las paredes’, creo que antes estaba el texto y luego hiciste las ilustraciones, pero ¿podrías pensar en trabajar a partir de imágenes y, luego, añadir el texto?
Sí, perfectamente, y, de hecho, muchas veces hago una ilustración y luego la acompaño con un texto. Y, ahora que lo pienso, no sé si así nació La vida de las paredes, con una ilustración a la que yo le di sentido con un texto. No recuerdo muy bien cómo fue todo; no sabría decirte claramente si La vida de las paredes nació antes como texto.
En este sentido, ¿te defines como una narradora, sea con imágenes sea con escritos? Te lo pregunto porque a algunos nos consta que tienes manuscritos escondidos por casa.
¡Hay muchos textos por casa! Y sí, creo que soy narradora. De pequeña teníamos una Olivetti portátil y yo escribía en ella, lo de ilustradora me vino por mi profesor de litografía, yo no lo tenía en mente y cuando este profesor me recomendó formarme en arte y realizar talleres, si bien yo no tenía ninguna intención de dedicarme a ello, yo ya había escrito varias páginas de La vida de las paredes y otras cosas. Yo antes de ilustrar escribía y he dejado de escribir en estos últimos años, desde 2007 o 2008, porque he podido canalizar toda esa creatividad y todas esas ganas de narrar a través de la ilustración.
¿Te ha ayudado el hecho de que tu vena narradora tenga como origen la escritura a la hora de crear ilustraciones?
Yo creo que sí, creo que el hecho de haber sido una persona que siempre ha querido contar sí que ha ayudado, sobre todo, creo que ayuda a no ceñirte al texto que estás ilustrando. Recuerdo cuando ilustré para Impedimenta Los zapatos rojos de Andersen, del que propuse una interpretación en la que la religión luterana jugaba un papel muy importante; me interesaba cuestionar por qué la niña, Karen, pagaba con la pena capital la vanidad, sin que Andersen nos diera algún detalle o explicación. A través de las ilustraciones hice una narración de lo que pudo pasar a la niña Karen para que terminara como terminó; en ese caso, yo me alejé bastante del texto y, al hacer las ilustraciones, fabulé bastante en torno a esos vacíos que había dejado Andersen. Esto se debe a mi necesidad de narrar, aunque también creo que todos los lectores fabulamos; cuando leemos un libro, encontramos partes que el escritor deja, de forma deliberada, en zona de oscuridad o las rodea de ambigüedad, y nosotros, los lectores, especulamos a partir de ellos.
Y el ilustrador especula y crea.
Ahí, en esas zonas de oscuridad, es donde entra la licencia creativa del ilustrador; sin faltar a la coherencia del libro, puedo introducir elementos que no están en el texto y que yo he visto en la novela.
Cuando entrevisté a Diego Moreno, editor de Nórdica, me comentaba que la idea del libro ilustrado era la de proponer a los lectores dos relatos en paralelo y dos voces, la del ilustrador y la del escritor.
Y pueden encontrarse hasta tres voces narradoras: está el texto, están las ilustraciones y luego el conjunto, es decir, lo que se desprende de las ilustraciones y del texto conjuntamente.
En los últimos años, el libro ilustrado ha crecido de forma exponencial, ¿hay un mayor reconocimiento por el trabajo de los ilustradores?
Yo no conozco y, por tanto, no puedo decir cómo era la situación antes de 2010. Yo empiezo a trabajar ya con asiduidad en 2010 y, en 2011, se publican tres libros ilustrados por mí. Cómo era la situación antes no lo sé, como te he dicho, ni tan siquiera estaba familiarizada con el mundo de la ilustración; no sé si el boom empezó en 2010 o un poco antes. Lo que sí veo es que cada vez más los ilustradores tenemos más presencia en temas literarios; hace unos años añadieron la categoría de ilustración literaria a los premios de literatura del País Vasco. Es un reconocimiento merecido, pues, al fin y al cabo, la ilustración literaria es una disciplina dentro del ámbito de la literatura, forma parte del engranaje de libro. Además, cada vez hay más editoriales interesadas en el libro ilustrado, incluso editoriales que hasta ahora nunca habían publicado este tipo de libros. Y, por último, lo importante es que a los ilustradores se nos reconoce como autores, no solamente a nivel de derechos de autor, sino en todos los sentidos. No todas las editoriales lo hacen, pero con las que yo trabajo, si no, no trabajaría, sí.
El ilustrador es autor en cuanto es creador.
Efectivamente. Casi nunca me ha pasado, pero sí en alguna circunstancia me he encontrado con el hecho de que te sugieren desde la editorial o el propio autor lo que debes dibujar y cómo. A mí, ya te digo, casi nunca me ha pasado, pero compañeros ilustradores cuentan cómo, sobre todo al inicio de este boom, había autores que decían cómo querían las ilustraciones.
En este sentido, el autor, el creador, es aquel que tiene un estilo propio, inconfundible.
Espero que en mi caso lo haya, sobre todo porque yo no sé dibujar de otra manera, no puedo cambiar mi estilo. Puedo introducir técnicas nuevas, pero no cambiar estilo. En los últimos dos o tres años, había comenzado a pintar la carne y sofisticar el dibujo de los cuerpos, ahora, sin embargo, estoy volviendo al lápiz. Voy cambiando, pero el estilo es el mío y no cambia.
¿Se plantea Sara Morante hacer el salto de la ilustración de libros a exponer, como artista?
Me han salido algunas exposiciones últimamente, pero me da la impresión de que tu pregunta se refiere más a lo grande. Es una idea que me encantaría, además me parecería una buena forma de defender la ilustración y una forma de diversificar. Ahora hago menos libros al año de los que hacía antes, trato de diversificar más todos mis trabajos y toda oferta que se me hace la valoro en función de si va a suponer un reto y un cambio o no. Al mismo tiempo, yo también hago propuestas. Así que la idea de la exposición, ¿por qué no? Además, se me ocurre un comisario de Barcelona…
¿Algún autor que te gustaría ilustrar y aún no has podido?
Hasta hace algún tiempo te habría respondido El baile, de Irene Nemirovsky, pero, aunque puede que no esté bien que lo diga, me quité un poco la espina con La vida de las paredes. A mí me gusta mucho el ambiente burgués, algo decadente, de Nemirovski, me gusta lo cruda que es, sus personajes no son en absoluto perfectos; en El baile no se salva ninguno, todos tienen mácula. Ese ambiente que relata Nemirovski es, en parte, el que quise representar en Las vidas de las paredes, donde además quise ahondar en temas como el dolor, la soledad… Cuando tuve la oportunidad de hacer mi primera exposición individual, la hice de la mujer retratándola como ser humano, desde su humanidad.
La mujer tiene un papel muy importante en casi todos los trabajos que has hecho.
Cuando yo trabajo, no hay apenas intencionalidad; de la misma manera que no hago bocetos, yo no escribo mis intenciones. Sin embargo, sí es verdad que en mi obra la mujer tiene un papel relevante, es una mujer que, en un determinado momento, puede parecer o mostrarse frágil, pero que en el siguiente se planta, una mujer que muestra su fortaleza. Me gusta dibujar mujeres que tienen su honorabilidad, mujeres que se plantan ante determinadas circunstancias, que pueden llegar a ser muy duras: mujeres con una gran fuerza interior y, a la vez, mujeres absolutamente físicas en su humanidad.
Pensando en las ilustraciones que realizaste de la mujer y la menstruación, ¿la corporeidad de la mujer es otro de los temas de interés de Sara Morante?
El premio Euskadi de ilustración lo gané con La flor roja, cuyo protagonista es un hombre, y es un trabajo del que estoy muy orgullosa. Pero, a la hora de ilustrar, tengo preferencia por la mujer; ante todo soy mujer y, por tanto, el cuerpo de la mujer es el cuerpo que mejor conozco. Segundo, a mí me gusta mucho ser mujer, me parece maravilloso. Y, ya por último, me gusta la mujer en cuanto que es alguien con una sensibilidad particular; podemos ser, en este sentido, vulnerables, pero tenemos una fuerza inmensa. Parir es un ejercicio de fuerza que dudo mucho que pueda alcanzarse, la fuerza de la mujer durante el parto es absolutamente indescriptible. En este sentido, me gusta la mujer por su sensibilidad y por su fuerza, tanto interior como exterior, una fuerza entendida como valentía, como carácter. A todo esto, yo vengo del dibujo artístico, donde la figura de la mujer es muy importante.
Por último, ¿piensas volver a hacer una obra absolutamente tuya como ‘La vida de las paredes’?
Me gustaría, porque disfruté mucho trabajando en Las vidas de las paredes.
Pero ¿hay material? ¿Estás trabajando en algo?
Hay material, hay ganas… Aprendí muchísimo con La vida de las paredes; empecé sin ninguna pretensión y, en la medida en que iba trabajando en el manuscrito, me di cuenta de que era un proyecto con calado, un proyecto que era algo más que entretenimiento. Así que, sí me gustaría repetir la experiencia, sobre todo por la libertad que tuve, una libertad que no se tiene cuando se ilustra textos ajenos. Es más, con La vida de las paredes descubrí que hay más libertad en la escritura que en la ilustración.
¿Has pensado en dar el paso definitivo a la escritura y dejar de lado la ilustración?
No sé si sería capaz de dejar de lado la ilustración. En este momento, por causas diversas, tengo que frenar un poco mi trabajo en la ilustración de libros, pero no me veo dejándolo definitivamente. ¿Lanzarme a la escritura? Me encantaría. Cuando comienzo en una tarea o en un proyecto, mi objetivo es dar lo mejor de mí, hacerlo lo mejor posible. Cuando comencé con la ilustración, mi objetivo era hacerlo cada vez mejor, mejorar a cada libro; con la escritura me pasa lo mismo: empecé con La vida de las paredes y ahora no puedo sino continuar y dar lo mejor de mí.
¿No temes que, a lo mejor, la ilustración te lleve a dejar de lado la escritura?
Ahora que he retomado la escritura, no creo que pase. Mientras pueda escribir, la ilustración no arrinconará a la escritura; yo soy más de sumar que de restar, y la escritura me gusta mucho como para restarla.
Anna María Iglesia