Autora: Veronica Raimo
Traducción: Carlos Gumpert
Número de páginas: 216
Idioma: Castellano
Idioma Original: Italiano
Formato: 12,5 x 20 cm
Premio Strega Giovani 2022
«Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada. En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos». Nada es verdad
Veronica pasa su infancia y adolescencia en un barrio de Roma junto con su excéntrica familia: una madre omnipresente que vive permanentemente angustiada, un padre lleno de estrafalarias obsesiones y un hermano mayor, casi perfecto, que es el centro de toda la atención. Día a día tendrá que sortear situaciones tan embarazosas como desternillantes y descubrirá la impostura como forma de mantenerse cuerda y lidiar con la vida que le ha tocado en suerte
En esta divertidísima novela, ganadora del Premio Strega Giovani y que ha causado sensación en Italia, Raimo nos ofrece una precisa radiografía de esa energía paralizante que puede llegar a ser la familia y de la empresa siempre incierta que es convertirse en mujer»
Nada es verdad es un extraordinario retrato generacional, feroz e irreverente, sobre vínculos, pérdidas, desastres familiares y la aventura de crecer; una novela que rebosa inteligencia y que nos recuerda el valor siempre terapéutico de la comedia
«Una vuelta de tuerca a la autoficción en la que se deshace de toda pomposidad, de toda épica, de todo respeto (pero no del afecto). Raimo no se corta ni con hacha. (…) Se lee de un tirón, con gesto de sorpresa y con una sonrisa, cuando no con una risa. Y hace pensar, sí, qué será una familia feliz. » Elena Sierra (El Correo)
«He leído un libro que me hubiera encantado escribir» Amaya Ascunce (ELLE)
«Raimo escribe de su familia, pero sobre todo escribe de cómo escribir de la familia. (…) La novela es divertidísima.» Aloma Rodriguez (El Periódico de España)
«Un sagaz texto de autoficción, rebosante de humor ácido» Eva Blanco (Vogue)
«Nos mentimos con tanta frecuencia como nos decimos la verdad, así escribe Veronica Raimo, con la vergüenza, el miedo, pero también el orgullo inconfesable, que nos asaltan ante nuestras propias acciones.» César de Bordons (Diario de Sevilla)
«Resulta absolutamente imposible no enamorarse de este libro (…) sin duda uno de los libros más mágicos con los que yo me he topado en los últimos tiempos (…) es fascinante, y su amarga comicidad labra poderosas cicatrices sobre la sórdida marabunta que forma siempre la irrompible carne del patriarcado.» Sonia Fides (Público)
«Prepárate para estar hablando de este libro durante mucho, mucho tiempo.» Paolo Giordano
SINOPSIS
«El idiota de la familia. Así tituló Sartre su ensayo sobre Flaubert, Calvino dijo que el escritor era el idiota de la familia, el que no sabía hacer nada práctico, el que no iba a heredar la empresa, digamos. Prefiero esa idea a la solemnizada de la cita de Miłosz, esa de que cuando un escritor nace en una familia, esa familia está acabada. Veronica Raimo (Roma, 1978) desmiente también esa cita en Nada es verdad (Libros del Asteroide, 2023, traducción de Carlos Gumpert): “En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos”. Nada es verdad puede leerse como la respuesta de Raimo a la pregunta de cómo escribir de la familia, de la concreta propia y de la idea de familia, si es que se puede hablar de una sin pensar en la otra.
La casa colmena, la madre geolocalizadora y el abuelo que ayuda a hacer caca. La familia de Raimo no es mucho más peculiar que cualquier otra familia. Como en todas, mirados de cerca, sus miembros son excéntricos –si crees que en tu familia no hay un excéntrico, es que el excéntrico eres tú–. El padre levanta tabiques en el piso hasta convertirlo, según la narradora, en una especie de casa colmena; el padre ahora está muerto y parte importante del libro es la muerte del padre y cómo responde la narradora a eso, también literariamente: “Pero ¿por qué todas las novelas italianas tratan sobre lazos familiares?”; le pregunta una amiga. Y sigue: “Y siempre hay un duelo. Parece como si la muerte la hubieran descubierto ellos.” La narradora dice: “Me reí con la vergüenza de quien ha sido sorprendido in fraganti”. La madre de la narradora tiene varias singularidades: escucha la radio todo el tiempo, es capaz de localizar a sus hijos en casi cualquier lugar y llamar por teléfono allí –estamos hablando de antes de que hubiera teléfonos móviles, claro– y cuando no consigue encontrar a su hijo, el hermano de la narradora, cree que ha sido secuestrado, que está siendo torturado y que su muerte es tan inminente como inevitable. También se empeña en construir una falsa vocación infantil en su hija: le gusta decir que dibujaba de niña. Como vestigio de aquel don, hay dos cuadros en el pasillo; lo que no sabe la madre es que la narradora los robó y fingió que los había hecho ella. En fin, nada es verdad, salvo la caca, ese cable a tierra. La narradora sufría de estreñimiento. “Desde muy pequeña, ir al baño ha sido una experiencia muy angustiosa para mí. […] Quien nunca haya estado estreñido no puede comprender el tormento exasperante de esos larguísimos minutos, el lento deslizamiento hacia la desolación de un tiempo vacío. […] A veces oigo a algunos escritores hablar de su sensación de desaliento cuando se enfrentan a la página en blanco. Como es natural a mí también me pasa, pero por muy mortificante que sea siempre hay algo demasiado heroico en esa imagen. La sensación de desafío, la fe en el acto creativo que nos compensará de todo. Mi desaliento es diferente”. De ese sufrimiento, de la comprensión de ese sufrimiento más bien, se alimenta la complicidad con su abuelo Peppino, de quien dice que “era el único que había intuido mi íntimo sufrimiento”; la confianza con el abuelo era previa: “De niña pasaba un montón de tiempo con mi abuelo Peppino. Mis padres me dejaban allí durante semanas y, cuando volvían a recogerme, yo me agarraba lloriqueando a su pierna mientras él seguía fumando impertérrito, con el cigarrillo completando la mueca de su boca”.
El sexo, los novios, los hijos de las amigas y el hermano escritor. Como el hermano de Raimo también es escritor, a veces se subcontratan encargos. Es el hermano el que hace la reseña elogiosa que firma ella sobre una novela horrenda de una escritora famosa que publica en la editorial donde ella va a sacar un libro. Por supuesto, esa pieza no resulta en una colaboración estable con el periódico, ni hace que la escritora escriba algo elogioso sobre su libro –de hecho ni la reconoce– y tampoco cobra la pieza. A su hermano en cambio Veronica sí le paga: 500 euros. Otro de los temas del libro es el sexo: tabú en casa deriva en situaciones cómicas por ridículas, como cuando le dice a un noviete que quiere perder la virginidad con él y él le dice que ya se han acostado: ¡era eso!, piensa la narradora. Veronica no quiere tener hijos, para desdicha de su madre, que se empeña en comprar bodies de bebé. Ve cómo todas sus amigas, hasta tíos que pudieron ser sus amantes en el pasado han sido padres, tienen hijos y ella desaparece. El libro, de hecho, está dedicado a las tres amigas que aparecen en el texto. Hay un distanciamiento doloroso, casi como una ruptura, con Cecilia, a la que la narradora y protagonista quizá haya traicionado al entrar en el mundo profesional de los libros, una traición a los ideales, digamos». Letras Libres
LA AUTORA
Ay, la familia. Esa fuente inagotable de inspiración literaria que vuelve a hacer de las suyas en Nada es verdad (Libros del Asteroide), la novela más reciente de Veronica Raimo (Roma, 1978). Un sagaz texto de autoficción, rebosante de humor ácido, que le ha valido a la italiana el prestigioso Premio Strega Giovani. Aunque el tema del libro no resulte original, Raimo defiende que su enfoque sí lo es. “Siempre me han inquietado las dos grandes tradiciones literarias a la hora de referirse a la familia. Por un lado, tienes historias que mitifican el concepto; por otro, montones de núcleos disfuncionales que son un nido de devastación, abusos y violencias. Por eso, la intención de este libro era hablar sobre una familia que tampoco tiene nada de especial, aparte de su propia idiosincrasia”, introduce la autora.
La narración es exactamente eso: una búsqueda –ciertamente sesgada en favor de la protagonista– de los aspectos más significativos de la experiencia cotidiana. Temas como los excéntricos miedos paternos, la claustrofobia de la infancia, los desencantos amorosos de la adolescencia o el delicado tejido de las cosas no dichas conviven con cuestiones como el aborto, la insatisfacción en pareja o el desarraigo amistoso. “Estamos ante el retrato de una familia de clase media, que reside en una capital europea, con dos hijos que tampoco tienen nada de particular, más allá del hecho de que aprendieran a leer y a escribir muy pronto porque tampoco tenían nada que hacer. Me hace pensar en un autor que me gusta muchísimo, Philip Roth, y toda esta literatura judeo-americana, con esas figuras más bien opresivas de una madre que está siempre por todas partes. Lo vemos también en algunas películas de Woody Allen, esa figura mastodóntica que acaba aplastando a los hijos o a las figuras que tiene alrededor, pero normalmente esas historias las cuenta el hijo, por eso quería que ahora hablara la hija”, continúa.
En el tono afilado de la novela, alejado de solemnidades impostadas, cobra una importancia estructural la percepción que Raimo alberga sobre la autoficción –un género actualmente algo cuestionado debido a su arrolladora explosión en el panorama editorial–. “Para mí, la creación literaria otorga la posibilidad de decir aquello que en el momento no has sabido decir. La escritura es ese lugar en el que sacarte esa espinita. Aunque sea en diferido. No es solo un lugar de libertad, sino también de utopía. No estoy hablando de grandes actos heróicos, ni mucho menos. Pero sí de una vía distinta para desahogarte. Y esa es una de las cosas que más me gustan de escribir”, reflexiona.
De ahí que Veronica Raimo insista en que, a diferencia de unas memorias, la autoficción ofrece un espacio mucho más amplio para retorcer los hechos y reinterpretarlos a la luz de la conciencia crítica del momento presente. En ese sentido, el título original, Nada di Vero (Nada de cierto), establece un juego de palabras en el que se incluye el nombre acortado de la escritora. “No se trata tanto de que ‘nada sea verdad’ como de poner en duda la idea de que cuando uno habla de sí mismo lo puede hacer realmente de forma sincera, auténtica o transparente. Los recuerdos acaban manipulándose, y no por parte de condicionantes externos, sino por nosotros mismos, que volvemos a lo sucedido, pero cada vez lo analizamos desde un punto de vista distinto. En general, creo que a la población de escritores y escritoras les atraen bastante estas ‘falsas confesiones’. De hecho, el pasaje de la narración que puede parecer más íntimo, suele ser el que esconde una distorsión más grande”, ahonda. Debido al insistente rescate de expresiones familiares que van salpicando los distintos capítulos de la novela, las referencias a Natalia Ginzburg y su Léxico familiar (1963) no se han hecho esperar. Pocas cosas tan eficaces como la jerga de un grupo para acabar dotándolo de una identidad compartida y convirtiéndose en un refugio de la memoria.
¿Considera que el escritor que convierte a su familia en sujeto literario está más cerca de cometer un acto de traición, de justicia poética o de hacerles un regalo, en el sentido de terminar convirtiendo a sus parientes más cercanos en personajes para la posteridad? “Bueno, no creo que nadie quisiera este regalo por mi parte (risas). Sí que puedo decir que está presente un cierto narcisismo dentro del libro, que incluso a veces funciona a la inversa. A una de mis primas, por ejemplo, el hecho de que no saliera le pareció que significaba que ella no era lo suficientemente importante en mi vida o que no tenía los méritos suficientes para convertirse en personaje. Por otro lado, hay algunos aspectos más dolorosos de mi familia o algunos conflictos todavía abiertos que parecen un poco mitigados en el libro, como si de alguna manera se ofreciera como una especie de perdón, cuando quizá en la vida real no sea el caso”, concluye y, antes de despedirse, confiesa que su próximo proyecto estará muy alejado de este. “El miedo es que esto se convierta en un automatismo. Este libro ha salido fácil y ha salido bien y no quiero que esa voz que funciona acabe volviendo a imponerse y calcándose a sí misma. Que no acabemos haciendo un mero ejercicio de estilo”. Eva Blanco Medina. Vogue Spain