Los recuerdos que se desgranan en este libro son trágicos, cómicos, evocadores, ridículos y, a veces, crueles, y conforman una historia social decisiva que corrobora la idea de que desde siempre se les ha tenido por trabajadores e incluso seres humanos de segunda.
Obligados a entrar en el servicio por necesidad económica, cuando la garantía de techo y comida lo convertía en la opción laboral preferente para las clases desfavorecidas, los empleados del hogar abrigaban un sentimiento de rencor contra el doble rasero que veían a su alrededor: elaborados alimentos que sólo se les permitía comer cuando sobraba algo de la mesa de arriba; habitaciones bellamente amuebladas para la familia, comparadas con sus austeras buhardillas sin comodidades; largas e indefinidas jornadas aderezadas con el constante sonido de la campanilla, y pocas oportunidades de ocio y vida social o familiar. Clasismo e indefensión. Una existencia codificada hasta extremos inverosímiles, códigos que afectaban tanto al uniforme de trabajo como a la ropa de calle, y que exigían a los criados mutismo e invisibilidad cuando servían las cenas en el comedor noble. Las perspectivas y los niveles de vida de los patrones y de la servidumbre eran como la noche y el día: la vida en el servicio doméstico se parecía mucho a la vida en un convento.
Esta obra, tan entretenida como ilustrativa y desmitificadora, nos obliga a reflexionar sobre asuntos que tocan de lleno nuestro presente, como la precariedad laboral, la conciliación o el abuso sexual a las mujeres, y a determinar qué consideración social se les otorga a quienes, de forma delegada, se ocupan de los cuidados de nuestros seres queridos.
«No paseará por el jardín a menos que se le dé permiso o a menos que sepa que toda la familia está fuera; una vez allí deberá poner cuidado en caminar con discreción y bajo ningún concepto hacer ruido.
Hacer ruido se considera una falta de educación.
Siempre se moverá silenciosamente por la casa y no se dejará oír por la familia a menos que sea necesario.
No dará voces de una habitación a otra; si es usted una doncella, cuide no solo de hacer su trabajo en silencio, sino también de apartarse de la vista todo lo posible.
Nunca se dirigirá a las damas y a los caballeros, salvo para entregar un mensaje o hacer una pregunta imprescindible y, en esos casos, lo hará de la manera más escueta posible».