AUTORA Emilia Pardo Bazán
SELECCIÓN Y PRÓLOGO: Care Santos
ILUSTRACIONES: Elena Ferrándiz
ENCUADERNACIÓN: Cartoné
MEDIDAS: 150 x 210 cm
PÁGINAS: 104
De modo que aquí la tienen. Una invitación a la sorpresa, a la admiración. Eso son, entre otras muchas cosas, los cuentos de Doña Emilia Pardo Bazán. Si nunca la leyeron antes, les envidio. Están a punto de darse un festín de magnífica literatura
Damas, caballeros: pasen y lean
SINOPSIS
«No fue fácil seleccionar solo diez relatos de una producción tan extensa. De entre todas las tentaciones que fueron surgiendo, me quedé con la tentación de lo macabro, lo misterioso, lo espectral. En estas páginas encontrará el lector a hombres con deseos de vanagloria funeraria, hermanos puestos a prueba por su padre desde la tumba, donjuanes de medio pelo que pagan cara su inexperiencia o pícaras capaces de engañar al más experto de los joyeros. Y, tras todos ellos, la autora que mueve los hilos de la historia, sin duda uno de los grandes nombres de la literatura europea del siglo XIX». Care Santos
LA AUTORA
«En mi libro de literatura de 3º de BUP aparecía un retrato de Emilia Pardo Bazán. Una señora gruesa, un poco bizca, adornada con puntillas y perlas, tocada con moños, cuyo cuello había desaparecido bajo una prominente papada. Allí decía que era condesa, pero a mí me recordaba más bien a una abuela con demasiado carácter. Una matrona severa. En el texto del tema -uno de los últimos del libro al que nunca llegamos- se informaba de que era gallega, responsable de la introducción del naturalismo en España y su nombre y apellidos aparecían junto a una ristra de nombres por completo masculina.
Hoy me parece claro que fue en su producción breve donde Pardo Bazán mostró con todo lujo de detalles su enorme versatilidad como narradora, su amplia paleta de temas y estilos, su profundo conocimiento de la condición humana y sus datos para la crítica social. No hay tema que se le resista. Su curiosidad es insaciable, y lo será toda su vida, hasta el final. En sus manos, el realismo puede adquirir tintes costumbristas, recrearse en detalles culinarios o recurrir a la ironía, lo mismo que puede abordar los aspectos más peliagudos de la realidad, en un acercamiento a la literatura naturalista, o criticar la misoginia y el atraso de las clases privilegiadas, que tan bien conocía. Pero, al mismo tiempo, Bazán sabía también escribir estupendos cuentos policíacos o inquietantes relatos de fantasmas, dos temáticas que demuestran que además de una atenta observadora de cuanto ocurría a su alrededor sabía bordar una literatura escapista y contraria a la realidad, como lo estuvieron los precedentes románticos a quienes a menudo parece homenajear. Se atrevió con todo y todo lo hizo bien. Es una autora deslumbrante.
Uno de los episodios más conocidos de la vida de doña Emilia, fue su intento de ingreso en la Real Academia Española. Tres veces lo intentó, tres veces topó contra el muro de la anticuada misoginia de los señores académicos: «Por qué quiere doña Emilia ser académica -se preguntaba Leopoldo Alas, Clarín- […] cómo quiere que sus verdaderos amigos le alabemos esa manía? Más vale que fume. Ser académica? Es como si se empeñara en ser guardia civila (sic) o de la policía secreta».
Pardo Bazán no era convencional en ninguna de las facetas de su vida. A pesar de que se casó muy joven -a los dieciseis años- vivía separada de su marido desde poco después, gozando de una libertad muy poco común a las mujeres de su época, propiciada sin duda por su clase social privilegiada pero también por sus ingresos. Defendió a ultranza el derecho a cobrar por su trabajo, y gestionó ella misma los contratos de sus libros y colaboraciones en la prensa -otra modernidad inédita-. Tuvo tres hijos, pero su faceta de madre no le impidió dedicarse intensamente a su labor intelectual.
Fue una trabajadora innegable, una infatigable escritora de cartas, una viajera impenitente.
Murió en mayo de 1921, de las complicaciones de un catarro. Antes de morir había expresado a sus hijos sus deseos de ser enterrada en el Pazo de Meirás, la casa palaciega que ella misma había construido en su Coruña natal. Por distintas ironías de la historia, no pudo ser, y sus restos reposan hoy en la Iglesia de la Concepción de Madrid, en la calle de Goya. Poco importa ya, como ella dejó escrito: «De aquí a ochenta años la gente se reirá de tantas cosas! y nuestros huesos estarán reducidos a polvo».
Los huesos tal vez si. No así las palabras. «Queda lo escrito. Todo lo demás, no queda», escribió también» Care Santos