El jardinero y la muerte

22,95  IVA incluido

ENCUADERNACIÓN   Rústica

FORMATO                    14x 21,8

ISBN                             979-13-87641-03-0

PÁGINAS                     224

EDICIÓN                       6ª

AUTOR                         Gueorgui Gospodinov

TRADUCTORA             María Vútova

Una historia a la vez misericordiosa y despiadada sobre un hijo, un padre y un último amanecer. Gueorgui Gospodínov, ganador del premio Booker Internacional, nos ofrece un relato íntimo y desgarrador sobre el amor filial y la inevitabilidad de la muerte.

«Mi padre era jardinero. Ahora es jardín.» En El jardinero y la muerte, Gueorgui Gospodínov nos sumerge en los interminables meses durante los que, día tras día, vio cómo se iba apagando la vida de su padre. Mientras este moría a su lado consumido por la enfermedad, Gospodínov le sostuvo la mano hasta que llegó el fin. Y aun en su lecho de muerte, para él seguía siendo el más alto, el más guapo, el más amable. Seguía siendo su padre. Entre los campos de fresas de la infancia y el inevitable adiós, Gospodínov teje un relato íntimo sobre el duelo y la memoria. ¿Cómo se despide una vida en sus últimos días? ¿Cómo se enfrenta un hijo al derrumbe del héroe que lo protegió? ¿Seguimos existiendo si se va la última persona que nos recordaba como niños? ¿Y cómo afrontamos la ausencia de quienes nos hicieron ser quienes somos?

Este no es un libro sobre la muerte, sino sobre el dolor de presenciar el final de una vida. Es una historia sobre padres e hijos, sobre la peculiar cultura del silencio que a menudo los envuelve y que puede teñir incluso los vínculos más profundos. Un mutismo que marcó de un modo irónico la vida del autor, ya que su padre fue un hombre muy callado y, a la vez, un sublime contador de historias.

«Es uno de los escritores más fascinantes e insustituibles de Europa»  Dave Eggers

«La de Gospodinov es la literatura más exquisita sobre nuestra precepción del paso del tiempo, escrita con un estilo magistral y totalmente imprevisible» Olga Tocarzuk

«Gospodinov es un Proust venido del Este» La Repubblica

 

 

 

 

 

 

Editorial

IMPEDIMENTA

SINOPSIS

En el canto XXIV de la Odisea asistimos a uno de los momentos más conmovedores de la literatura universal. Regresado a su reino de Ítaca tras un agotador periplo, y satisfecha al fin la venganza en el cuerpo de los pretendientes, todavía disfrazado de mendigo, Ulises se reencuentra con su anciano padre Laertes. Receloso Laertes de la identidad de su hijo, Ulises le entrega dos pruebas que confirman quien dice ser. La primera, mostrarle la marca de la herida que un jabalí le infligió hace tiempo; la segunda, recitar el nombre y número de todos los árboles (13 perales, 10 manzanos, 40 higueras, 50 hileras de vides) que, durante la infancia del héroe, su progenitor le confió. Tras dicha enumeración, Laertes siente que sus rodillas flaquean antes de que padre e hijo se fundan en un abrazo emocionado.

«La muerte es un cerezo que florece sin ti», asegura Gueorgui Gospodínov (Yambol, Bulgaria, 1968) en «El jardinero y la muerte», el texto que indaga en la enfermedad y muerte de su padre, cuya dedicación al jardín familiar es el núcleo de este libro universal y, al tiempo, absolutamente íntimo, en el que un hijo inventaría los últimos meses, pero también los años de esplendor y fuerza de su progenitor perdido.

Cifrado en una prosa diáfana, de una transparencia leve, y teñido por el clima de la elegía, «El jardinero y la muerte» abunda en una literatura del duelo que confía a la escritura tanto la posibilidad de significar un rescate de lo vivido como la evidencia de construir un asilo para la ausencia. Gospodínov no solo escribe para no olvidar quién fue su padre, sino para hacer habitable el vacío que la orfandad impone al desaparecer quien le entregó la vida. Y lo hace valiéndose de las imágenes (los ciclos estacionales, la regeneración del terreno, la engañosa fragilidad de lo vegetal) que la botánica organiza al modo de una radiante metáfora de la existencia. El árbol es más longevo que quien lo planta. O como el autor diagnostica en la frase que inaugura el libro: «Mi padre era jardinero. Ahora es jardín».

Sean reyes o escritores, la mayoría de hijos regresan para ver morir a sus padres. Teñido por la sombra de la nostalgia o por el filo del sarcasmo, por una ira inaudita o por el más puro amor, ese reencuentro supone un parteaguas en la vida de quien queda y, en especial si la biología ha satisfecho su trámite y el padre fallece a una edad venerable, la pérdida interroga al sobreviviente acerca de su propia suerte. No en vano, la desaparición del padre supone el adiós del único intermediario que media entre la muerte en tercera persona y la muerte en primera persona. Cuando el padre rinde su vida, se rompe para el hijo la membrana que separa el concepto abstracto de la muerte genérica del concepto empírico de la muerte propia. Un aprendizaje que este hermoso libro expresa con la rotunda sencillez de los dictados del corazón.

 

—Ricardo Menéndez

EL AUTOR

«Mi padre era jardinero. Ahora es jardín». Dos frases cortas, cargadas de emoción, que cuentan toda una historia, toda una vida. Así de impactante y rotundo es el arranque de El jardinero y la muerte (Impedimenta), el nuevo libro del búlgaro Gueorgui Gospodínov (Yámbol, 1968), su texto más personal y, al mismo tiempo, el más universalmente humano. Sucintamente podríamos decir que es una crónica profunda y reflexiva sobre los últimos días de vida de su padre, sobre el duelo, la muerte y la memoria. En sus propias palabras: «Esta podría ser una novela elegiaca, una novela-memoria o una novela-jardín. Sin embargo, este libro no tiene un género obvio, debe construirlo por sí mismo. Igual que la muerte no tiene género. Tampoco la vida».

Mundialmente reconocido tras ganar el Booker Internacional en 2023 por Las tempestálidas, un ensueño distópico sembrado de irónicas premoniciones que desenmascaraba la íntima y peligrosa relación que late entre nostalgia y política, hasta ese año se retrotrae el escritor para invocar los orígenes de este nuevo libro, aquel que nunca pensó escribir. «2023 fue un año muy peculiar. Ganar el Booker, lo que hizo muy felices a mis padres, provocó que los periodistas de Bulgaria enseguida los encontraran. Ellos vivían en un pueblo muy pequeñito y mi padre se dedicó a pasear a todos esos periodistas por su jardín enseñándoles qué árboles y flores eran mis favoritos. Así que todo el mundo pudo ver ese jardín y a mi padre unos meses antes de que falleciera«, recuerda sonriendo.

Pocos meses después, los constantes dolores de su padre le llevaron a acudir a la capital para ir al hospital con su hijo.»Desde que vino a Sofía para que fuéramos juntos al médico hasta el final, transcurrió exactamente un mes y durante ese tiempo yo estuve al lado de su cama, e iba apuntando pequeñas cosas como palabras suyas o algunos gestos, algunos movimientos que simplemente quería anotar sin tener en ese momento la idea de que quería escribir nada sobre el tema», explica el escritor. «Pero al final obtuve un cuaderno lleno de anotaciones y reflexiones de ese tipo. Este es el primer libro que escribo a mano, pero no hubiera podido escribirlo de otra forma«.

Esa es en síntesis la historia de El jardinero y la muerte. Pero que nadie espere un texto de duelo canónico, lineal y sentimental. Los lectores del búlgaro saben bien que la literatura de Gospodínov habita en un espacio donde lo trivial nunca puede ser desenredado de lo excepcional, donde pasado y futuro convergen en un presente que sólo puede ser narrado desde los fragmentarios ángulos que conforman nuestro ser y donde la memoria es una cápsula del tiempo que sirve como refugio y guía. Así, por encima de todo, en estas páginas su hijo reconstruye una imagen completa y caleidoscópica de Dinyo Gospodínov, de su ironía bienhumorada y sus profundas ganas de vivir, de sus proverbiales dotes de narrador oral y de su sencillo lema ante una vida que no fue nada fácil: «Nada que temer».

Una historia de vida

«Sé que uno no puede hablar objetivamente de su padre, pero creo que, en cierto sentido, logro componer su imagen real, porque me ocurre algo curioso: lo recuerdo con sus distintos cuerpos», confiesa el escritor. «A sus 20 años con su chupa de cuero y el pantalón estrecho, como lo he visto en fotografías, como mi padre cuando yo tenía unos 4 años, como un anciano cuando empezó a envejecer, la primera vez que tuvo cáncer…», enumera. «Yo quería parecerme a mi padre en tres cosas: ser fuerte e impresionante como él, pues era una persona muy alta; fumar como él, por eso empecé a fumar; y narrar como él. Creo que más o menos, en distinto grado, he alcanzado las tres cosas, pues mi modo de escribir similar al modo de narrar de mi padre, donde hay muchas anécdotas orales, vívidas, y una simbiosis constante entre la ironía y la nostalgia».

Esa mezcla constante de crudeza y humor, de ternura y aspereza, hace que este libro, trufado de anécdotas a las que el escritor recurre para rebajar la emoción, logre un equilibrio perfecto entre risa y llanto. «¿Cómo narrar algo tan terrible?, me preguntaba. Fue a través de esas historias graciosas, anécdotas familiares y narraciones populares como conseguí combinar el dolor y lo ridículo que, en el fondo, son lo que compone la vida», esgrime el escritor, para quien hablar de la muerte es, en realidad, hablar de la vida. «En realidad esta es una historia narrada desde el punto de extinción de la vida. Para mí eso es lo importante, el momento final, el momento en el que la vida se apaga, se extingue. No la muerte en sí, porque la muerte no es interesante, no tiene historia«.

Por ello, Gospodínov no centra el libro en la muerte, sino que, a pesar de que el dolor y la tristeza son inconmensurables, el escritor inmortaliza la vida y nos la transmite, como si fuera el legado de su padre, lo que esta nos enseña de la vida. «No sé en España, pero en Bulgaria todavía existe la tradición, especialmente en el mundo rural, de que los familiares moribundos terminen sus días en sus casas, no en residencias u hospitales. Existe ese deseo de despedir a la persona que se está yendo hasta la puerta, estar físicamente con ella, sujetándola de la mano», explica el escritor. «Puede parecer una tontería, algo propio del pasado, pero después de todo lo vivido aprendí que la lección más importante que nos enseñan nuestros padres es no cómo se vive, sino cómo se muere«, sostiene.

Y es que para el escritor, en un mundo actual donde la muerte se esconde y se rodea de un halo impersonal y aséptico, esa enseñanza es algo muy valioso. «Dar la espalda a la muerte, paradójicamente, hace que asumirla sea mucho más difícil. La gente de la generación de mis padres, que ha vivido en el campo, en contacto con animales, con plantas, con jardines, ha visto en muchas ocasiones la muerte, la conocen y han estado en contacto con ella, por lo que forma parte de lo natural, de la naturaleza», razona. «Mi generación y las siguientes tenemos más miedo a la muerte, no sabemos enfrentarla, pero ellos pueden vivirla, asumirla de forma más fácil que nosotros».

Andrés Seoane

La Lectura. El Mundo